La agricultura intensiva pretende sacar el máximo provecho de las tierras de cultivo. Su objetivo central es aumentar lo más que se pueda la productividad de las cosechas y, en consecuencia, la rentabilidad de los sistemas agrícolas.
Para cumplir con este objetivo, los ejes de la agricultura intensiva están basados en cultivos que se desarrollen en un espacio controlado en el que se utilizan recursos como sistemas de riego artificial o fertilizantes con el fin de obtener su máximo potencial.
Históricamente, la agricultura intensiva ha comprendido una revolución equiparable a la industrial de los siglos XVIII y XIX. Sin ella, hubiera sido muy difícil poder alimentar a una población cada vez más numerosa y longeva.
Por ese motivo, los sistemas agrícolas intensivos siguen siendo una solución válida para afrontar el futuro del sistema agroalimentario en el mundo y los desafíos que presenta.
El principal inconveniente de la agricultura intensiva es que ha sido con demasiada frecuencia confundida con la maximización del uso de los recursos y abuso de las tierras de cultivo.
Durante muchos años, este sistema agrícola no ha tenido suficientemente en cuenta las consecuencias medioambientales y socioeconómicas de este modelo.
En ese sentido es que el principal desafío de la agricultura intensiva es la sostenibilidad.
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible que propone Naciones Unidas en su Agenda 2030 para el sector agroalimentario, se encuentra el de contribuir al aumento de la producción y la productividad para alcanzar el “hambre cero”.
Pero, no a cualquier precio. Ese incremento debe ser sostenible para que puedan darse otros objetivos de la Agenda como el de proteger la biodiversidad de los agroecosistemas, y el fomento de la producción y el consumo responsable, es decir producir más con menos recursos naturales.
Es en este punto, para garantizar la supervivencia de la agricultura intensiva, entran en juego las soluciones para crecer. Se trata de soluciones innovadoras que mejoran la eficiencia en los cultivos, garantizando su máxima productividad y rentabilidad, pero como parte de un sistema sostenible y justo.
¿Cómo surgió la agricultura intensiva?
La definición de agricultura intensiva se opone a la de agricultura extensiva que, en resumen, es el sistema agrícola tradicional propio de pequeñas explotaciones en las que se siguen procesos más naturales y en los que no interviene demasiado la tecnología.
Eventos como el incremento demográfico en el siglo XX o el desplazamiento de la población a las ciudades, provocaron que fuera necesario un modelo más ambicioso que el de la agricultura extensiva, que pudiera cubrir esta creciente demanda.
A mediados de los años 50, se comenzaron a aplicar distintos avances tecnológicos como mecánicos, biogenéticos, entre otros, para aumentar la productividad de los cultivos.
En este movimiento, se destaca la labor del ingeniero agrónomo, fitopatólogo y genetista estadounidense Norman Ernest Borlaug, quien llegó a recibir el Premio Nobel de la Paz en 1970 por su trabajo, cuyo fin era la erradicación del hambre.
La utilización de distintas técnicas, como el uso de semillas de alto rendimiento en grandes extensiones o de grandes cantidades de pesticidas y fertilizantes, tuvieron como resultado un aumento de la productividad.
Esto hizo que el trabajo de Borlaug se fuera expandiendo por todo el mundo, especialmente en países en vías de desarrollo, dando lugar a lo que se denominó Revolución Verde.
Desde ese entonces, aunque persiste la agricultura extensiva, el mercado ha estado dominado por un sistema de agricultura intensiva.
El problema es que con los años, se ha demostrado que este modelo, si no se reestructura para evitar las consecuencias negativas que tiene, dejará de ser viable a largo plazo.
Los beneficios y las desventajas de la agricultura intensiva
Los avances tecnológicos en el sector agrícola de las últimas décadas han estado dirigidos a aumentar la productividad de los cultivos y también a que los efectos negativos de la agricultura sobre el medio ambiente sean mínimos.
Entre los beneficios de la agricultura intensiva está básicamente su capacidad de producción y su alta rentabilidad. Este modelo permite abastecer de alimentos a la población y mantener el sector como actividad económica que es.
Uno de los prejuicios que se tienen sobre la agricultura intensiva, seguramente debido a algunas malas prácticas que se han llevado a cabo anteriormente es que se derrochan recursos naturales como el agua o que se abusa de la utilización de fertilizantes.
De todos modos, en el ADN de la agricultura intensiva se encuentra el obtener la máxima rentabilidad y, para eso, es necesario reducir costos.
Es decir, para que un sistema agrícola intensivo sea realmente efectivo, se necesita optimizar al máximo los recursos, no gastar más de lo estrictamente necesario.
Estas malas prácticas se derivan de uno de los mayores problemas de la agricultura intensiva: la falta de conciencia sobre los efectos negativos que genera en los ecosistemas y en las desigualdades que puede provocar un sistema en el que la competencia llega a ser muy importante.
En líneas generales, no se puede imaginar un futuro sin la agricultura intensiva, sin embargo para que siga existiendo es necesario una transformación atravesada por soluciones innovadoras que sumen a la ecuación de la productividad y la rentabilidad, la variable de la sostenibilidad económica, social y ambiental.